Cada verano tiene su historia. Una historia cuyo “Érase una vez…” se sitúa en junio, un mes lleno de ansía por la temporada estival, y da por finalizada con la llegada de septiembre y su terrible vuelta a la rutina.

Cada verano tiene su historia. Una historia cuyo “Érase una vez…” se sitúa en junio, un mes lleno de ansía por la temporada estival, y da por finalizada con la llegada de septiembre y su terrible vuelta a la rutina.
La vida es una guerra.
En las guerras siempre hay buenos y malos.
En la vida también.
El miedo llama a mi puerta
y yo le abro
otra vez más.
Busco en mi interior
y encuentro
una llave que abre una puerta hacia un mundo ideal.
No eres tú
es cómo me miras,
cómo me abrazas y siento que mis pedazos se recomponen.
Déjame soñarte
e imaginar cómo la silueta de tu cuerpo encaja con la del mío.
Volveremos a abrazarnos. A las comidas familiares de domingo, a las cenas en pareja y a los vinos con los amigos.
No hay luz al final del túnel,
la pescadilla se muerde la cola y yo sigo aquí,
igual que siempre.
Dando pasos en falso,
caminando con los ojos tapados.