
De pequeña me daba miedo la luna.
Estoy escribiendo esto mientras la observo sentada en mi terraza.
Puede que hayan pasado muchos años desde que por las noches no me atrevía a salir a la calle porque ahí, en el cielo, estaba la luna.
La luna me miraba, la luna me escuchaba, la luna vigilaba todo y, lo peor, la luna me seguía a todas partes. Hasta cuando íbamos de vacaciones a 600 kilómetros de mi casa de Madrid, la luna estaba ahí. Nunca entendí por qué tenía ese miedo a la luna.
Y será que no me esforcé por entender todos y cada unos de mis miedos; hasta que comprendí que son irracionales.
Después descubrí que yo soy un poco luna.
Yo también tengo dos caras y tiendo a ocultar la que no me gusta.
Yo también sufro cambios cada 28 días.
Yo también tengo heridas en la piel, como si fueran cráteres en su superficie.
A mí también me gusta salir de noche y disfrutar del silencio que queda cuando todos duermen.
Quizá huir de la luna sea huir de mí misma.
Quizá perder el miedo a la luna, sea perder el miedo a esa parte de mí que temo descubrir.
He decidido cambiarlo.
Ahora trepo, un poquito cada día, para llegar a alcanzar la luna. Y creo que se parece a trepar, un poquito cada día, para encontrarme verdaderamente a mí misma.
Paula Pastor.