
He contado los lunares de su espalda como quien cuenta los días que quedan para navidad. Mis dedos iban de uno en otro como la abeja que baila de flor en flor.
Reinaba el silencio en aquella habitación gris.
Tan solo se oía su respiración acompasada con el tic-tac del reloj de pared, situado junto al amplio ventanal con vistas a la ciudad.
Cuando dormía, soñábamos los dos. Él porque la acción lo implica y yo por tener aquel tesoro ante mis ojos.
De vez en cuando, realizaba algún movimiento, no brusco, sino lento, en busca de otra posición. Era un pequeño desplazamiento semejante al que hacen las gaviotas cuando cambian de dirección en pleno vuelo. E involuntariamente parpadeaba y seguía durmiendo.
Me encantaba verle dormir. Pero que si había algo que realmente me fascinaba, era aquel brindis que hacían sus pestañas.
Paula Pastor.